En el subsuelo de la torre del Parque de la Ciudad está Leonel Florito
tratando de arreglar algunos de los mecanismos que hacen que el
periférico ande mientras que en la estación del periférico José Florito
espera una señal para girar la palanca y probar si funciona. Rafael
Rociado en la oficina de controles examina el tablero de ingresos y
egresos. Ve que los hermanos Florito aun no se retiraron pese a que ya
pasaron varias horas desde que el parque cerró. Rafael Rociado es un
hombre despejado que no tolera que las cosas se aparten de lo
reglamentario. Entonces indignado toma su linterna y sale a buscar a los
hermanos Florito. Sabe que trabajan en mantenimiento y que las tareas
que tenían para hacer no distaban del pulpo por lo que se dirige
resueltamente hacia ese sector. En el camino ve que algo se mueve con el
viento entre los autitos chocadores y la rampa de florines. Se desvía
para ver de qué se trata pero no puede ver bien a causa de que tiene que
apurar el paso para que la cosa no se le escape y con esto la linterna
no logra dar en el blanco más que por momentos. Entonces corre. Esto
empeora su puntería pero lo aproxima al objeto no identificado que por
fortuna queda atorado en los molinetes de las tazas. Lo tengo, piensa.
Cuando se acerca descubre que es un dinosaurio inflable rosado de gran
tamaño que lo mira tiernamente con los ojitos desorbitados que
seguramente salieron mal de fabrica. Se lo coloca debajo del brazo y
retoma el camino al pulpo. Ahora debe hacer un rodeo para llegar.
Mientras camina escucha los sonidos que hacen los juegos con el viento.
Llega al pulpo, no parece haber nadie por ahí. Rafael Rociado piensa que
desde que trabaja en el parque no subió ni una sola vez a ninguno de
los juegos. Por un momento imagina subirse al pulpo pero decide no
hacerlo, al menos hasta encontrar a los hermanos Florito. Pero el
dinosaurio tiene ganas de subir así que lo sienta en uno de los carritos
y lo pone en funcionamiento. De vez en cuando lo mira desde abajo
mientras vigila a su alrededor. Cuando la máquina se detiene Rafael
Rociado da una vuelta alrededor del pulpo y no encuentra al dinosaurio.
Se debe haber volado, piensa. Busca con la mirada alrededor suyo pero no
lo ve. Tampoco ve a los hermanos Florito pero escucha unos murmullos.
Hay alguien ahí? grita, pero no le contestan. El viento no le deja
distinguir de dónde vienen los murmullos, por momentos pareciera que de
las tazas pero también puede ser de la rampa de florines. De todos modos
ambos lugares quedan para el mismo lado por lo que Rafael Rociado
decide ir acercándose para distinguir mejor. En el camino vuelve a ver
algo que se mueve, eso lo alegra. Corre feliz al encuentro con su
dinosaurio rosado y una vez en la baranda de la rampa de los florines
distingue que esta vez se trata de un oso panda, también inflable y de
gran tamaño. De todos modos se lo coloca debajo del brazo y presta
atención: los murmullos provienen de debajo de la rampa. Rafael Rociado
se desliza con cautela por uno de los laterales y trata de ver qué hay
pero el viento es tan fuerte que le resulta imposible sostener al oso
panda. Entonces entra y la puerta se cierra de un golpe. Ya no hay
viento pero el oso panda se sigue moviendo desquiciadamente, le muerde
una mano y escapa. Rafael Rociado puede ver hacia dónde se dirige porque
por momentos el inflable brilla. Hijo de remil puta me las vas a pagar,
grita y el murmullo cesa. Rafael Rociado camina en la oscuridad para el
lado donde se fue el oso panda agarrándose la mano mordida con la otra
mano. Para no chocarse con nada las lleva hacia delante y tantea el piso
con los pies antes de dar cada paso. Se acuerda de la linterna y antes
de bajarlos sus brazos se meten en un plástico ahuecado y gomoso que
ejerce una succión irresistible. Enseguida está totalmente absorbido por
aquella cosa que lo cubre por completo dejando sólo su cabeza al
descubierto, desde donde puede ver a los hermanos Florito cenando con
algunos inflables. Desde la mesa lo saludan y uno de ellos le señala con
un tenedor una silla vacía. Sin que Rafael Rociado asienta, la cosa
ahuecada en la que está embutido da unos saltitos y se instala en donde
se le indicó. Al momento un tubo que aparece de uno de los costados toma
un tenedor y comienza a embocar en la boca de Rafael Rociado algunos
bocados de lo que hay en la mesa. Entre uno y otro observa a los
hermanos Florito que cada vez que alguno de ellos intenta decir algo uno
de los tantos inflables que hay ahí le hunde de un bofetazo la cabeza
en el tubo inflable en que se encuentra metido. Rafael Rociado se
desespera al ver que la situación se prolonga y le da un mordisco a su
inflable en un intento de liberarse, con lo que consigue hacer un
agujero por el que sale un aire viciado. El oso panda y dos monos
intentan auxiliar al inflable donde Rafael Rociado está embutido pero
éste empieza a dar vueltas por el aire en una desinflamación
desenfrenada. Una vez en el piso Rafael Rociado toma el tenedor que aun
tiene enroscado su inflable y amenaza al resto que retrocede. Va hasta
donde están los hermanos Florito y hunde el tenedor en sus apresadores,
que vuelan enloquecidos. Mientras tanto Rafael Rociado ya tiene en sus
manos otros cubiertos con los que se defiende de los ataques del montón
de inflables hasta que ve cómo caen al suelo los restos contenedores de
los Florito. Sin dejar de dar manotazos trata de destapar con los pies
los cuerpos de los dos hermanos pero nota que están desinflados. Ya
totalmente desalentado mira a su alrededor y ve al dinosaurio rosado que
se le acerca mirándolo tiernamente, lo abraza, le desajusta la tapita
de goma trasera y lo estrecha entre sus brazos.
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