—¡Claro que no! Solo hay para mí.
Ninguna contestó y de a poco fueron acercándose con sus vasos de jugo a la banqueta donde ella tomaba abstraída su Prity. Osvaldo la miraba y saboreaba disgustado de aquel triunfo donde él había participado.
Más tarde ella se sacó las medias y se deslizó entre el sonido de los grillos y la noche por el zigzagueante caminito de piedras que iba hasta la pileta, llegó hasta el borde y volvió a donde estaban las chicas caminando con exagerada solemnidad.
—Qué ridículas, si les pidiera que se corten los brazos se los cortarían —dijo, y entró en la casa sabiendo que inmediatamente las chicas se sacarían sus medias y correrían tras ella. Osvaldo miró aquel espectáculo desde la pileta, no se había movido del mismo lugar donde había pasado toda la tarde.
Mientras Osvaldo cocinaba las chicas se divertían viendo cómo ella jugaba a la play. Cada vez que anotaba un punto ellas reían y festejaban. Osvaldo las miraba a través de la puerta entreabierta. Una de las chicas sobresalía del resto aunque se notaban sus esfuerzos por mantenerse a la altura de las demás: tenía constantemente flexionadas las rodillas y se encorvaba, más todavía si ella se le paraba cerca. Semejante flexión la hacía parecer estúpida haciéndola insoportable a la vista, lo que perdonaba no sólo que fuera más alta que ella sino también ese misterio tan interesante que la mantenía intacta pese a las excentricidades que calcaba igual que las otras. Ese misterio a ella no le pasaba por alto, sufría cada vez que notaba esa diferencia y para castigarla se paraba a su lado apoyándole la mano sobre la cabeza, presionando levemente y obligándola a curvarse cada vez más hasta hacerla caer de rodillas para que se disculpara.
Aburrida de jugar con la play levantó la tapa del piano y las hizo pasar a una por una. Las chicas se esmeraban por sacar algún sonido de ahí pero eran un desastre. Para complacerla la más alta tocó una melodía de Johnny Cash que sonó bastante bien, incluso mejor que la que ella había intentado tocar. Más tarde mientras cenaban ella puso una mano sobre la mesa y fijó su mirada amenazante en cada una de las chicas. Entonces todas pusieron su mano sobre la mesa. Después tomó un cuchillo y volvió a mirarlas. Osvaldo se divertía viendo cómo las chicas blandían sus cuchillos entre sollozos hasta que, acompañada de una horrible risotada, ella se cortó un dedo.
Osvaldo miraba desde la pileta cómo cada una de las chicas desayunaba con una venda en la mano.
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