martes, 27 de marzo de 2018

hoy escribí el cuento pulpatom y se lo mandé al profe lococo

—¿Sí?
—Un cuarto de muzarella.
—¿Así está bien? —le dice el almacenero indicando con el cuchillo por dónde va a cortar.
—Mmmsí, un poco más… así, así está bien.
El almacenero coloca el trozo de muzarella sobre un rectángulo de nylon, lo envuelve un poco y lo posa sobre la balanza.
—Doscientos gramos, ta bien?
—Sí, sí.
—¿Algo más? —dice mientras mete la muzarella envuelta en nylon dentro de una bolsita.
—Sí, deme una lata de tomates.
—¿Cuál querés? Tengo este que es muy bueno, es nuevo, se llama… —para leer la etiqueta se pone los anteojos que tiene colgando del cuello— Pulpatom. Es bueno, ¿eh? ¿Vas a hacer pizza?
—No conozco esa marca. Mejor deme aquella, la de más arriba.
—No sabés lo que te perdés. ¿Cuál, la Salsati?
—Sí, esa.
—¿Algo más? —pregunta el almacenero mientras mete la lata de tomates y la muzarella en otra bolsa más grande.
—Aceitunas.
El almacenero se da vuelta y empieza a colar algunas aceitunas con una espumadera.
—No, negras por favor.
El almacenero vuelve a meter las aceitunas verdes en el frasco y empieza a colar algunas aceitunas negras.
—¿Cuánto querés?
—Mmmcien gramos, más o menos.
—Cien gramos justo —dice el almacenero mientras saca la bolsita de aceitunas de la balanza.
—¿Algo más pibe?
—No, nada más. ¿Cuánto es?
—A ver… son… la muzarella, mmh. 115 pesos.
—Ah, no me alcanza. Tengo cien—dice mientras busca en los bolsillos.
—Es la Salsati. ¿Por qué no me hacés caso y probás Pulpatom?
—Bueno, está bien. Tome.
—Que tengas un buen día.

Mientras espera el ascensor Francisco mira la lata de Pulpatom. Tiene una foto de un tomate gigante acorralado por una ronda de chicos tomados por las manos que juegan en un prado verde ¿con unos arbolitos al fondo? Mira bien y distingue algunos palitos con un círculo verde más claro arriba. Sí, son arbolitos.
—¿Sube?
—Ah, sí, disculpe.
Quedan apretados en el ascensor la señora del quinto, su perro y él.
—¿Fue a hacer las compras?
—Sí.
—Ah, yo voy los jueves a la mañana porque hay menos gente, ¿sabe?
—Mh.
—¿Va a cocinar?
—Más tarde.
—Ah, qué bien. Yo a la noche prefiero comer livianito, sino no puedo dormir.
El ascensor para y Francisco intenta abrir la puerta para que la señora baje, pero está trabada.
—¡Ay! ¡Siempre lo mismo! En la reunión de consorcio yo dije que las cosas en este edificio andan mal, pero nadie me escucha. ¿Ve? ¿Ve lo que pasa? Bueno, bueeeeno, no ladres Pequi, ya bajamos. Vení, vení —y mientras alza al perrito se mira al espejo— qué lindo perrito, cuchi cuchi cuchi…
Para no mirarla Francisco no deja de forcejear con la puerta que no cede. Toca el botón de alarma y no suena. Entonces grita que el ascensor se atoró.
—Vamos a tener que esperar —le dice la señora del quinto a su perrito mirándolo por el espejo.
Pasa media hora y nadie viene a solucionar el problema. Francisco estuvo gritando como un loco y nadie se dio por enterado. Entonces se sienta en el piso del ascensor y para distraerse mira el dibujo de la lata de Pulpatom.
—Joven, ¿me hace el favor de hacerme un lugar? Estoy muy cansada.
—Sí, claro —dice Francisco mientras se aprieta contra un costado. El perrito se pasea por entre las piernas de ellos y huele de vez en cuando la bolsa en la que Francisco lleva la muzarella.
—Es que Pequi ya tendría que haber cenado. No está acostumbrado a esperar.
Pasan varias horas y a pesar de los gritos de Francisco y los ladridos de Pequi nadie viene a rescatarlos. Francisco tiene hambre, se levantó muy tarde y pensaba hacerse una pizza de desayuno. Mete la mano en la bolsa y encuentra las aceitunas.
—¿Quiere?
—Gracias, joven, pero las aceitunas me dan un poco de acidez.
—¿Muzarella? —le pregunta Francisco blandiendo el paquete de nylon con la boca llena de aceitunas.
—Me da estreñimiento.
Pasadas dos horas lo único que queda es la lata de tomates. A estas alturas la señora del quinto ya tiene hambre y mira con insistencia la lata de Pulpatom que Francisco tiene apoyada en la rodilla.
—¿Quiere?
—La verdad es que ya tendría que haber cenado…
Francisco toma esa respuesta como una afirmación y abre la lata con su llavero. Los dos se asoman para ver el contenido y no ven más que algunos tomates pelados flotando en un líquido rojo.
—Colorante —dice la señora del quinto piso mientras mete tres de sus dedos para pescar un tomate. Cuando logra atraparlo se lo lleva a la boca y lo traga entero. Francisco hace lo mismo. Por último Pequi lame los restos que quedan en el fondo de la lata de Pulpatom.

Francisco empieza a sentirse acalorado. Mira de reojo a la del quinto y ve que ella también está transpirando.
—Es la luz —dice la señora.
—Falta un poco el aire —contesta Francisco. Siente que una cosquilla se le instala en la nuca, detrás de las orejas, y que su cuerpo se va sensibilizando progresivamente. Cada vez que Pequi le roza las piernas su sensibilidad se hace más susceptible. Entonces mira de reojo y ve que la del quinto lo está mirando. Está muy colorada y tiene los ojos brillosos. Le habla pero él no puede escucharla, está totalmente tomado por una gran excitación. Entre los movimientos eufóricos que la señora del quinto hace para explicar lo que le está pasando una de sus manos comienza a frotarle un brazo de arriba abajo. Esto lo trastorna por completo y aplasta su cara contra la de ella. Siente cómo la del quinto le aprieta distintas partes del cuerpo y no puede contener algunas exclamaciones. Pequi ladra, ellos se levantan del piso y se aprietan desesperadamente contra las paredes del ascensor que se mueve violentamente como una hamaca, como si estuvieran en una plaza llena de chicos jugando a hacer una ronda alrededor de ellos. La del quinto sostiene debajo del brazo a Pequi que también participa del juego. Los chicos cantan

al Gran Tomate
se le ha perdido el As
y si no lo encuentra prontooo…
¡PUL-PA-TOM-SE-RÁS!

y giran cada vez más rápido entre las bolitas verdes que cubren todo el piso y les llegan hasta las rodillas. Francisco intenta mantener el equilibrio pero tiene en brazos a la del quinto con Pequi. Entonces caen y quedan sumergidos entre las bolitas mientras escuchan que arriba los chicos siguen cantando. Pequi les da la mano y los lleva flotando hacia abajo. Pequi es enorme y brilla con la luz verde claro que sale de adentro de cada una de las bolitas y si no lo encuentra pronto Pequi se separa de ellos y baila. Gira sobre sí mismo hasta convertirse en un trompo gigante. El movimiento expulsa a todas las bolitas que se alejan con la luz y quedan en penumbras. Francisco ve que a la del quinto con Pequi se le mete una de las bolitas en la boca y se está ahogando. Trata de llegar hasta ella pero le cuesta muchos esfuerzos deslizarse. Cuando lo logra la del quinto con Pequi no se mueve entonces, desesperado, Francisco le mete los dedos en la boca para ver si se le ha perdido el As. No puede sacarla y mete la mano entera. Logra tocar con la punta de sus dedos un borde de la pequeña esfera Gran Tomate y ahora los dientes de la del quinto rozan su codo y ya casi la tiene pero se le resbala y si no lo encuentra pronto se esfuerza y ya tiene el brazo entero sumergido en un líquido muy rojo.
—Colorante —dice la del quinto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario