jueves, 26 de abril de 2018

hoy escribí sobre el departamento de enfrente y se lo mandé al profe lococo

Desde la ventana de mi habitación, lugar del que prácticamente no me muevo, puedo ver la ventana del departamento de enfrente. Casi nunca pasa nada, pero de vez en cuando se prende la luz y entra alguien. Son dos hombres: a veces viene uno, a veces otro. En general vienen juntos.
Hay en esa habitación muebles tapados con sábanas blancas y en las paredes cuadros también tapados. Estos hombres suelen traer o llevarse algunas de estas cosas sin descubrirlas, por lo que siempre las veo en ese estado.
Últimamente se fueron llevando más cosas de las que traían y la habitación fue quedando casi vacía. Después dejaron de venir. Hace un tiempo que no aparecen en realidad, y según puede verse se llevaron todo.
Cada tarde, en el momento en el que el sol ilumina el interior de la habitación, observo con detenimiento el estado en el que quedó el lugar. A la derecha de la puerta por la que los hombres entraban y salían, que ahora está cerrada, comienza una larga pared vacía. Casi llegando al final de esta pared, poco antes de que comience la otra pared con la que forma un ángulo recto, cuelga de un clavo una sábana blanca que se arruga al llegar al suelo. De la pared que le sigue solo logro ver una pequeña fracción. En frente de esta supongo que hay otra pared, que es la que queda a la izquierda de la puerta cerrada, que no llego a ver. Y por último, la pared donde está la ventana, que está justo en frente de la puerta, que tampoco veo. Entre todas estas paredes, un piso de parquet cubierto casi completamente por un sinfín de sábanas.
A simple vista parecieran solo sábanas tiradas, eso es lo que creí las primeras tardes, pero al ir pasando los días fui notando en los distintos pliegues la existencia de otras cosas. Para cerciorarme de que todo estuviera siempre en el mismo lugar de un día para otro, empecé a anotar lo que veía. Para esto dividí el lugar en sectores haciendo una especie de cuadrilla (del 1 al 7, de la A a la D), y tomé nota de lo que había en cada uno de los fragmentos.

Primer día:
1 A – sector tomado casi por completo por los bordes arrugados de la única sábana que cuelga de la pared como una suerte de catarata;
2 A – sector ocupado por parte del oleaje de la sábana colgante, el resto del espacio deja ver un fragmento del parquet y el inicio de una nueva sábana;
3 A – una especie de llanura blanca que inicia un leve ascenso hacia el sector siguiente;
4 A – de estar casi tensa, la sábana pasa a un estado rugoso que culmina en una montañita puntiaguda que se apoya en un nudo bastante grande, perteneciente a otra sábana;
5 A – sector tomado casi por completo por un nudo hecho con una sábana entera;
6 A – aquí asoma un pedacito de sábana, donde concluía el gran nudo, y se puede ver nuevamente el piso;
7 A – esta zona no participa del cubrimiento.
El resto de los segmentos (de la B a la D) no llego a verlos desde mi ventana.

Segundo día:
1 A – una catarata que cae y salpica fuertemente el resto del espacio;
2 A – el agua sigue su curso hasta calmarse y dar inicio a otro paisaje;
3 A – el nuevo paisaje es calmo, liso. Anuncia sin embargo un nuevo movimiento;
4 A – una zona sísmica, donde lo que era distensión pasa a un estado vertiginoso;
5 A – después del ascenso, un espacio voluminoso y enroscado que ocupa toda la escena;
6 A – algunos restos y el parquet;
7 A – una zona libre desde donde poder mirar hacia atrás.

Tercer día:
1 A – desciendo velozmente por una catarata hasta sumergirme en un lago de espuma, del que asomo y vuelvo a hundirme varias veces hasta poder alejarme del oleaje constante;
2 A – ahora que el agua está calma, nado tranquilamente hasta la orilla;
3 A – cuando llego me recuesto y miro desde lejos la inmensa catarata, después de descansar camino dándole la espala hacia algo que parece ser el inicio de una montaña;
4 A – al principio el terreno es amable, pero a medida que avanzo empieza a haber zonas rocosas, pliegues, y una inclinación agotadora. Miro hacia arriba y hacia abajo, la catarata quedó lo suficientemente lejos como para que la cima de la montaña me parezca cercana. Sigo caminando hasta llegar a la cumbre;
5 A – desde la cumbre puedo ver el inicio de algo que pareciera una montaña rusa, atrás de unas rocas hay algunos carritos, me subo al que está montado en los rieles y, empujándome de las rocas con las manos, tomo velocidad;
6 A – después de un descenso vertiginoso, el carrito se detiene en el mismo momento en que los rieles desaparecen;
7 A – me bajo del carrito, camino hacia delante e intento divisar la cascada, pero la gran montaña rusa tapa todo lo que quedó por detrás de ella.

Cuarto día:
1 A – invité a algunos amigos a pasar un día en el parque. Es verano, hace calor y tenemos ganas de divertirnos, por lo que decidimos bajar por la cascada hasta hundirnos en la espuma;
2 A – nadamos riéndonos y un poco exhaustos hacia la orilla, por momentos hago la plancha y siento las gotitas que me salpican el cuerpo;
3 A – de a poco vamos llegando, yo soy el último. Ya están todos tirados descansando al sol, que empieza a cubrirse por pequeñas nubes. Siguen riéndose y comentando los mejores momentos del descenso;
4 A – uno de ellos nos grita desde un poco más allá, dice que lo acompañemos a ver qué hay. De a poco nos vamos levantando y caminamos dándole la espalda a la cascada. El camino empieza a ascender, las rocas van cubriendo el suelo, las nubes van cubriendo el sol. Nos cansamos, pero decidimos no parar hasta llegar a la cima;
5 A – desde la cumbre puede verse, lejos, la cascada, y del otro lado una montaña rusa. Estamos muy contentos de haberla descubierto, nos subimos a los carritos riéndonos y de a poco vamos bajando todos a los gritos;
6 A – después de un largo y vertiginoso viaje, llegamos a la orilla del paisaje, donde los carritos van deteniéndose uno por uno;
7 A - un poco mareados vamos bajándonos de ellos y caminando hacia una zona desde la que podemos ver qué tan grande y cuántas vueltas da la montaña rusa en la que estuvimos recién.

Quinto día:
1 A – corren fuerte pero yo corro más fuerte que ellos. Cuando me están por alcanzar me lanzo como una estrella fugaz a una catarata que cae y salpica fuertemente el resto del espacio;
2 A – me dejo arrastrar por el agua siguiendo su curso e intentando que no me vean. Escucho el tono amenazante en los gritos de los que no se tiraron y los chapoteos de los que me buscan entre la espuma. Llego a la orilla y me arrastro con lentitud para no ser visto;
3 A – la playita es calma, un terreno liso por el que zigzagueo hasta que las piedritas empiezan a lastimarme cada vez más a medida que van aumentando en tamaño. Cuando ya me resulta insoportable me paro y corro. Ellos me ven desde la costa y corren saltando las olas, que en realidad son chiquitas;
4 A – la subida me agota. Cada tanto paro a descansar y miro para atrás: puedo distinguir un grupo de gente al inicio de la cascada que parecen hormiguitas alborotadas y también puedo ver cómo empiezan a trepar los que decidieron tirarse como yo;
5 A – veo que en la cima hay unas rocas grandes y pienso en esconderme. Cuando llego encuentro unos carritos de algo que parece una montaña rusa. los voy largando vacíos y me subo al último rumbo a quién sabe dónde;
6 A – durante la tremenda bajada intento no estrellarme contra los carritos que van adelante, descontrolados. Uno se descarrila y otro queda pegado al mío sin mayores consecuencias hasta que desembocamos en un lugar tranquilo, oscuro, desde donde no puedo ver nada más que la última vuelta que da la vía antes de desaparecer acá, donde estoy;
7 A – una zona libre desde donde poder mirar hacia atrás. No se ve nada.

Sexto día:
1 A – mamá lleva unas bolsas atadas a la cintura y Tióscar se puso las antiparras. Yo me inventé una escafandra para poder tirarme tranquilo por la cascada. Los miro tirarse y no me animo, pero cuando veo que asoman por entre la espuma sonrientes disfrutando de antemano del asadito que planeamos hacer me vuelvo temerario y vuelo hecho un bollo hasta sumergirme más de lo que hubiera preferido;
2 A – a mamá le cuesta tanto como a mí nadar hasta la orilla. Nos damos ánimos mutuamente mientras vemos que Tióscar ya está prendiendo unos palitos;
3 A – llegamos arrastrándonos penosamente. Tióscar ya tiene el fueguito listo y desata las bolsas de la cintura de mamá que descansa desparramada al sol como un lobo marino. Tenemos todo para una jornada inolvidable. Destapamos el espumante para brindar mientras vemos cómo se van juntando unas nubecitas en el cielo;
4 A – Tióscar improvisa una antorcha y camina por la ladera de algo así como una montaña buscando un lugar propicio para seguir cocinando. Desde arriba nos chifla y hace señas de que juntemos todo. Sentimos las gotitas que empiezan a caer en nuestras espaldas mientras subimos trabajosamente;
5 A – cuando llegamos, mientras jadeamos y nos hacemos gestos aprobatorios por la gran hazaña, Tióscar nos dice que atrás de unas rocas grandes parece haber unos carritos y una vía, que parece ser el trencito turístico que funcionó hasta hace algunos años, justo antes de que empezáramos a ser colonia. Tióscar siempre nos cuenta la historia de cada cosa, le encanta, pero esta vez no lo escuchamos porque llueve a cántaros y estamos empapados. Se apagó la antorcha;
6 A – nos metemos como podemos cada uno en un carrito. Tióscar, sin dejar de hablar, nos va empujando. La bajada es tremenda y en el camino veo cómo una de las bolsas de mamá sale disparada para un costado. Solo espero que no sea la bolsa de los dulces;
7 A – llegamos a un lugar oscuro, llano y francamente peor que en el que estábamos. Llueve. Imposible hacer un asadito. Y para colmo nos quedamos sin postre.

Séptimo día:
1 A – mientras escuchamos las historias de Tióscar vamos tirándonos uno por uno por la cascada. Antes, mamá va repartiendo bolsitas con las que tenemos que lidiar hasta la orilla. Soy uno de los últimos, por lo que puedo ver cómo Tióscar mira con cada vez más insistencia hacia atrás hasta pasar corriendo por al lado de los que quedamos y zambullirse como una flecha. Miro para donde miraba Tióscar y veo que corren fuerte, pero yo corro más fuerte que ellos. Mamá no. Veo mientras voy cayendo por la cascada cómo la despojan de sus últimas bolsitas;
2 A – mientras mis amigos, que van adelante, nadan riendo hasta la orilla, mamá y yo nos esforzamos por alcanzarlos. Tióscar hace la plancha dándonos indicaciones;
3 A – llegamos. Somos los últimos. Mis amigos dejan de reírse cuando Tióscar les señala a los que van cayendo por la cascada y a otros más que están nadando hacia nosotros. El cielo se encapota y no sabemos qué hacer. Mamá señala la cima de la montaña como única salida;
4 A – discutimos si emprender o no el arduo ascenso. Nosotros somos más pero ellos parecen profesionales. No sabemos bien profesionales de qué pero intimidan. Finalmente nos decidimos a subir no tanto por los que nadan hacia nosotros sino más bien porque empieza a llover, poquito pero suficiente como para convencernos;
5 A – subo penosamente empujado por los jadeos de los que recién salen del agua. Si bien están lejos parece ser que la concavidad de la ladera acerca sus sonidos hasta nosotros. Incluso podemos escuchar algunas quejas y algo que parecen insultos, lo que no podemos saber a ciencia cierta porque hablan otro idioma;
6 A - desde la cumbre Tióscar nos grita que hay algo que parece una montaña rusa pero que en realidad es un trencito para el turismo del que si salimos de esta nos va a contar bien, y que atrás de unas rocas hay algunos carritos. Agonizando sin parar de andar veo cómo Tióscar saca cuentas y empieza a repartir gente para que vayan bajando. Después de un buen rato mamá y yo llegamos. Tióscar nos deposita en el último carrito al que se sube después de empujarlo un buen rato hasta que toma envión. El viento me pega violentamente en la cara y, si abro la boca, me infla los cachetes;
7 A – los carritos van amontonándose a medida que van llegando. Un poco mareados vamos bajándonos y caminando hasta una zona desde la que podemos ver qué tan grande y cuántas vueltas da la montaña rusa en la que estuvimos recién, por la que también se ven muy a lo lejos unos fueguitos que van descendiendo. Tióscar dice que son los que venían atrás nuestro, pero que tenemos un buen rato hasta que logren llegar. Así que armamos un picnic con el contenido de las bolsitas de mamá mientras nos sentamos bajo la lluvia a disfrutar del espectáculo de aquel luminoso descenso.

Octavo día:
1 A – un clavo. Debajo, parquet.
2 A – parquet.
3 A – parquet.
4 A – parquet.
5 A – parquet.
6 A – parquet.
7 A – parquet.
Desde la ventana cuelga un cartel de venta.

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